tiranos temblad

domingo, 21 abril 2024. Estoy en una sala grande y circular de madera, acristalada, acogedora, como de albergue de montaña. Mientras le enseño a una chica a hacer cajitas con tapones de botellas, en la tele que hay sobre la chimenea, hablan de Uruguay. En ese momento, un grupo con maletas pasa por la sala. Entre ellos va Berto Romero. Señalo a la tele, y le digo a la chica que no deje de ver "Tiranos temblad", que es una maravilla, que a mí me cambió la vida. Esto último lo digo muy fuerte, exagerando el entusiasmo, para llamar la atención de Romero (apareció unos segundos en algún capítulo). Como no sé si me ha oído bien lo repito. "Tiranos temblad", ¡qué sentido del humor, qué maravilla! El grupo sale y, una vez fuera, veo como Romero se vuelve a mirar hacia adentro un par de veces. La chica se despide. Me quedo sola con la tele en silencio. Noto que alguien me rasca la cabeza (como haría con un niño). Al volverme, es Romero. De repente tiene el pelo muy oscuro y lleva una barba uniformemente blanca (tan blanca que parece teñida o falsa). No decimos nada. Paseamos por los alrededores del albergue hasta que nos damos cuenta de que caminamos por encima de unos cañizos de un bar. Le hago un gesto para que nos sentemos. Es eso o caer al vacío, le digo con la mirada (no hablamos, visto desde fuera parecería una película muda). Vemos caer el sol detrás de unos montes. Pienso que a pesar de que todo es perfecto (rozando lo cursi), no sé muy bien qué hago allí ni para qué llamé su atención.
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Estoy sola en un restaurante muy blanco (paredes, suelo, mesas, uniformes de los camareros). Nadie se acerca a atenderme ni yo tengo prisa. Simplemente miro como entra y sale gente, y se acercan a la barra a recoger su pedido. Finalmente un señor mayor muy elegante me dice con acento indio que mi pedido está listo. No sé de qué me habla, pero me acerco a la barra donde un chico me entrega una bolsa blanca con dos cajitas también blancas dentro. Pago con tarjeta, pero la tarjeta es del tamaño de un dedo meñique y al chico le cuesta pasarla por el datáfono. Como no sé dónde ir, le pregunto al señor elegante si, ya que el restaurante está vacío, puedo comer allí. ¿Vacío?, se ríe, ¡estamos hasta arriba!, dice y me muestra la sala (hasta ese momento vacía y en silencio) completamente llena de gente ruidosa. Me entran ganas de llorar. Es que me caso, dice con una enorme sonrisa. Le doy la enhorabuena y salgo con mi bolsa sin saber a dónde ir.