sábado, 1 marzo 2025. Tengo que recibir un premio y llego tarde. El recinto es al aire libre, encalado, está vacío y solo queda una farola encendida. Un hombre, antes de apagar la farola, me dice con un gesto y un barrido de mirada que todos se han ido.
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Llego a toda prisa al mismo recinto de antes. Tengo que entregar un premio. Voy con una chica que no deja de hablarme y entretenerme. Me esperan Ana y Cristina. las veo sonrientes en el escenario. Antes de subir, una azafata se nos acerca con una bandeja llena de copas de vino blanco. Le doy las gracias y le digo que mejor después del acto, pero la chica que me acompaña empieza a bebérselas una detrás de otra. Después sube al escenario, coge el y comienza a hablar. Insulta quien ha ganado el premio (sin saber quién es), insulta al público y hasta a Ana y Cristina. Intento apaciguarla. El público se va indignado. Intento explicar a Ana y Cristina que no sé quién es esa chica y que se ha bebido unas ocho copas de vino de golpe. Lloran, dicen que lo he estropeado todo. No quieren saber nada de mí.
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He perdido algo. Una chica me dice que sabe dónde puede estar (la chica es Pili, una compañera de colegio a la que no veo desde hace cuarenta años). Pasamos por unas vías muertas llenas de basura y escombros. Hay vagones tumbados llenos de bolsas de basura. Algunas bolsas se mueven. Caminamos sobre ellas. Le digo que prefiero volver. Es lo mejor, dice y me toma por la cintura (de repente Pili se ha convertido en un chico). Pasamos por distintas habitaciones, cada una decorada de una manera. Nos paramos en una con moqueta azul, muebles decimonónicos, pañitos de croché y adornos de porcelana. Me gusta, decimos a la vez y nos miramos. No sé si va a besarme. No sé si es una chica o un chico.
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Llamo por teléfono a Daniel. Una niña, sin dejarme decir ni hola, me dice que le lleve las medicinas cuanto antes (u tono es tranquilo y su voz demasiado aniñada para ser su hija). Le digo si se puede poner Daniel. Cuelga. Vuelvo a llamar. ¡Abuelaaaaa!, grita la niña. Reconozco la voz de la madre de Daniel que, sin dejarme hablar, me dice que la tía (no recuerdo el nombre) va a traer las medicinas. ¿Se puede poner Daniel? Cuelga. Pienso que quizá Daniel esté enfermo, en la cama, y sea mejor llamarlo al móvil. En ese momento llega mi madre con un montón de collares larguísimos de distintos colores. Quiere que se los vaya separando para poder ponérselos. El montón ocupa lo que un balón de Nivea.