martes, 11 marzo 2025. Bajo la calle hacia casa. Veo subir a Marcos con un tipo. Marcos va comiéndose un bocadillo enorme. Se le ve feliz, hace gestos de dibujo animado. El portal está en obras (cambian el suelo de losas hidráulicas de los años 60 por baldosas feas de cuarto de baño). Pregunto a un albañil si me da una de recuerdo. Dice de muy malos modos que has ha roto todas. Varias vecinas esperan el ascensor. Veo un trozo de una en el suelo y cuando voy a cogerla, una vecina le da una patada para acercarla a su lado, pero otra se le adelanta y se la mete en el bolsillo. La de la patada dice que en realidad no la quería, que tiene demasiadas cosas, que debería deshacerse de todo. Pelean. Decido subir por las escaleras. No las reconozco, los descansillos son enormes, cada puerta es distinta, algunas parecen puertas de cuadras (algunas están abiertas o no tienen puerta). Una vecina habla con su novio. La saludo desde lejos, me hace un gesto para que entre. Le digo que la encuentro muy bien, más joven, mucho más guapa con el pelo rubio. Se pone muy contenta (demasiado). Me fijo en su casa. Hay alfombras por todas partes, hasta en las paredes y en el techo. También en que hay una escalera que baja. ¿Tiene un dúplex?, pienso. Me despido, bajo un piso para comprobar lo del dúplex. La puerta está abierta. Veo a una chica en una cama enrome de metal dorado muy vieja, arropada por muchos edredones arrugados y sucios. Le pregunto si está bien. La chica se despereza. Aparecen de debajo de los edredones dos chicas más. El piso es un desastre, una acumulación de cahivaches sacados de la basura. ¿Sois okupas?, le pregunto. Aparecen un montón de cabezas aquí y allá (como lo harían animalillos del bosque en una serie de dibujos animados). Una de las cabezas dice "esa hija de puta nos va a denunciar". Le digo que no debe juzgarme tan a la ligera, que yo propuse que la pareja de aparcacoches, que vive en calle, vivieran en el rellano de los motores del ascensor al menos los días de lluvia y que una vez durmió un niño marroquí, pero cuando fui a llevarle el desayuno había ido asustado. Me echo a llorar, le pido disculpas a la chica de la cama, le digo que estoy muy sensible porque tengo jaqueca cada día (las cabezas van asomando más de sus agujeros). Una de ellas se me acerca (como lo hace Larry David en su serie) para comprobar si las lágrimas son verdaderas. Me creen. Me ofrecen lo que parece un mosaico, pero son trocitos de caramelo que ellos mismos hacen. Otro chico me dice que es poeta. ¿Has leído Utz? (no sé por qué le pregunto eso). Se miran entre ellos casi asustados. Una chica me quiere regalar dos jerseys de rayas. Me dice que ha observado que siempre voy vestida igual y eso es que tengo poca ropa. Me sorprende que ellos me quieran regalar cosas cuando debería ser al revés. Le digo que deberían hacer algo, que tienen un piso enorme, que podrían hacer dulces y venderlos, o poner una imprenta. Eso haría ruido y nos echarían, dice uno. Les digo que conozco a un tipo que lleva el tema okupa. Se ríen, dicen que ya saben quién es y que está loco. Les digo que deben hacer algo, que los veo pasivos, conformistas, que hay que moverse. Me miran como si les hablara en chino. Decido irme a casa. Les digo desde el descansillo que ya se me ocurrirá algo para que no los echen. El chico poeta me da un montón de folios. Son mis poemas, dice. Ya te bajaré uno de mis libros. Ya, ya, dice no creyendo que yo pueda haber publicado nada. Subo por las escaleras, me pesan mucho las piernas y me duele mucho la cabeza. (Me despierta una jaqueca explosiva. Por una parte me da pena que todo eso fuera un sueño, porque me gusta estar allí con ellos; por otra me alegro infinito de que no fuera verdad).