zapatos plegables

jueves, 6 marzo 2025. Estoy en una casa destartalada (se parece a la casa de mi bisabuela en Estepona) con habitaciones de techos altos y muebles antiguos y viejos. Las camas están deshechas y hay ropa amontonada por todas partes. Se supone que varios actores y actrices  (de las películas de Jonás Trueba) la han alquilado para ensayar y a la vez pasar unos días de vacaciones. Mi hermana dice que el tren sale en una hora. Le digo que ya tengo la maleta hecha, pero no la encuentro. Pregunto a todo el mundo si han visto una bolsa de Pippi comiendo espaguetis. Un señor mayor me dice que mejor coja otra cualquiera para no perder el tren. Lleva una insignia republicana. Cojo una chapa con la bandera republicana y me la pongo. Al señor se le ilumina la cara, dice que desde que se fue de la residencia y vive en esa casa con esos jóvenes es muy feliz. Se aleja con su andador. Encuentro una maleta de plástico transparente, pero por más que miro en los armarios, hay ropa parecida a la mía, pero no es la mía. Voy descalza, no encuentro mis zapatos. Pregunto si alguien los ha visto. Son unos zapatos especiales de viaje que se pliegan y no ocupan más que una hoja de papel, explico. Francesco Carril se me acerca enfadado, está molesto porque no le he hecho caso en todas las vacaciones.  Le digo que no estaba segura de si se acordaba de mí, por eso no le dije nada. Dice que cómo he podido hacerle eso con la manera tan bonita en que nos vimos por primera vez. Intento recordar vagamente y me viene la imagen de un decorado de película del oeste, era de noche, él iba andando solo por las calles desiertas y yo lo reconocía y le decía que se viniera conmigo a cenar. Imagino que se refiere a eso. Me echo a llorar. Lo abrazo, le pido disculpas. De repente suena el móvil, mi hermana dice que no lo coja, que perdemos el tren. Es Aghata Ruíz de la Prada. Me pregunta dónde puede comprar mi último libro de poemas. En la Alberti lo tienen seguro. Y ahí empieza a  hacerme preguntas sobre el neoliberalismo y el porqué las novelas históricas se venden más que los libros de poesía. Le digo que pierdo el tren y voy a colgarle, que la llamaré cuando llegue a casa. De repente me doy cuenta de que me he dejado la maleta en casa. Vuelvo corriendo a la casa, pero no avanzo. En ese momento las farolas se apagan y todo queda completamente negro. No veo nada, no sé hacia dónde corro.