la masa y viajes en el tiempo

miércoles, 13 febrero 08. Alberto me acompaña al semáforo de Correos. He quedado con Óscar, pero no llega. No podemos aparcar ni parar porque hay mucho tráfico, así que volvemos a casa. Llamo a Óscar por teléfono y está dormido. Dice que no habíamos quedado y que además es muy temprano. Sólo son las diez, dice. Voy a buscar a Caína a su casa, pero no ha nadie. Vuelvo, y en el portal hay varias vecinas con carros de la compra llenos intentando subir las escaleras. Las ayudo a pesar de mi dolor de espalda. Cuando llegan al rellano del ascensor, cierran la puerta y ni siquiera me dan las gracias. Miro el buzón y hay unos cuantos sobre pequeños con dibujos. Algunos están hechos de papel tan fino, que debo poner sumo cuidado al tocarlos porque se deshacen.
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Caína y yo estamos en un bar. Ha traído a dos chicos que no conozco y, aunque es un bar de copas, no hacen más que pedir comida. Al fondo del bar, pegado a la pared, veo a Óscar. Cuando me ve, se acerca y se sienta junto a Caína. Me dice que estoy muy flaca y que debería comer más. Enséñale, le dice Caína. Óscar se quita la camiseta y su cuerpo parece el de la masa. Me quiero ir de allí, pero no digo nada.
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Tengo un armario que uso como nave de transporte. Acabo de llegar a casa de mis padres y traigo regalos para todos. A mis tías y a mis padres, fotos antiguas de sus antepasados. A mi hermana una colección de álbumes que perdió y un cómic dedicado por el autor. No les hace ningún aprecio e intenta meterse en el armario cuando yo aún no he salido. Le digo que sólo admite una persona y si intentamos estar las dos se romperá para siempre. Insiste. Tengo que empujarla. Finalmente, decido salir del armario, llenar mi bolsa de viaje con varias fotos, unos libros y algo de ropa y marcharme. Ahí te dejo el armario, le digo con una tristeza enorme. Ya no lo quiero, ahora quiero la ropa que llevas en la bolsa, dice.