pendientes y locura

martes, 15 abril 2008. En el patio de la casa de mi abuela hay una tele enorme bajo un toldo. Me siento en una hamaca de lona. Llega una niña y un niño y les digo que se sienten conmigo. El patio se convierte en la casa de Héctor. La niña es su vecina y tiene que irse. Me da su teléfono para que la llame, pero no soy capaz de apuntar los números correctamente a pesar de que me los dicta varias veces. Han llegado varios amigos de Duende, el hijo de Héctor. Mientras apunto el teléfono de la niña, uno de ellos trata de fotografiar mi libreta. Cuando la niña está apunto de marcharse, dice que se le ha caído un pendiente. Señalo uno de en suelo, pero al señalarlo, me doy cuenta de que todo el suelo está lleno de pendientes distintos.
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Alberto camina delante de mí. Veo que entra en un chino. Cuando yo voy a pasar, una señora enorme en bata me dice que tengo que dejarle la bolsa que llevo en la mano a pesar de ser una bolsa muy pequeña con el medicamento de la tensión para mi suegra. Me hace dejar la bolsa en unas taquillas que no se cierran. Alberto está mirando las estanterías. Le pregunto si ha encontrado lo que busca. No dice nada. Yo me entretengo mirando unas libretas encuadernadas en tela y un vestido precioso que cabe en un puño, pero cuando lo estiras no tiene arrugas. Pienso que yo no me atrevería a ponérmelo, pero que a Carmen Camacho le quedaría muy bien.
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Llego a casa y, sin encender la luz, compruebo si ha llamado alguien. Hay dos mensajes iguales en el contestador, uno de mi abuela y otro de mi madre. Las dos me dicen que están poniendo un documental sobre grafiteros en la tele y les parece que salgo yo pintando. Entro en la cocina y cojo un trozo de chocolate blanco. Antes de salir limpio unas manchas del suelo con el trozo de chocolate. Mientras lo hago, pienso en por qué hago eso y en que tendré que tirarlo, pero mi mano lo lleva a la boca a pesar del asco que me da. Noto que el chocolate tiene corteza y se ha convertido en queso.
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Mi madre está ingresada en un hospital. Ha bajado a la cafetería para que pueda visitarla. Vuelve a decirme que me ha visto en la tele haciendo grafitis. Un chico que parece conocerla se sienta con nosotras. Me pregunta cómo puedo aguantar esta allí, que él cuando va a ver a su madre se para la visita con los ojos cerrados. Le digo que yo no sólo lo miro todo sino que además apunto todo lo que veo para no olvidarlo. Saco la libreta y se lo enseño. El chico no entiende nada y se ha puesto tan triste que, para animarlo, le digo que se parece mucho a ese torero tan guapo. El chico dice que si de verdad es tan guapo, va a probar suerte haciendo anuncios para la tele. Se levanta y se va. Mi madre me cuenta que está perdiendo la cabeza y que ahora le ha dado por llamar Carmen a mi padre. Y, ¿sabes qué es lo peor?, que los de telefónica también le llaman Carmen; ahora todas las facturas llegan a casa de nombre de Carmen Nosequé, dice. Pienso que mi madre está perdiendo la cabeza. Le explico que seguramente estén abriendo facturas que no eran para ellos sino para una vecina. Se oye un murmullo al fondo de la cafetería y es que han puesto la tele. Cuando miramos, vemos que el chico de antes aparece haciendo esquí acuático en Venecia, anunciando una gencia de viajes.