espumillón, camuflaje poco acertado y confeti

jueves, 20 agosto 2009. Mi madre, mi hermana y yo estamos esperando a Carmen Beltrán en, la que se supone, su casa. Me sorprende mucho que la distribución y los muebles se parezcan a los de la primera casa donde vivieron mis padres. Llaman al timbre continuamente, pero nunca es ella, aparecen personajes variopintos, entre ellos un chico muy callado que nada más entrar se sienta a recortar revistas y a hacer collages. Otro ha puesto espumillón alrededor de todos los cuadros. Le pregunto a mi madre cómo se llaman esas tiras de colores brillantes, porque no recuerdo la palabra espumillón. Me dice otra palabra, lo mismo me pasa con mi hermana. El chico de los collages ni siquiera me responde. Otro que hay junto a la ventana observando un ladrillo con gesto de Macbeth ni siquiera me mira. Oigo ruido y me acerco a la puerta, está abierta, Carmen entra con el pelo mojado, como si en la calle estuviera lloviendo. Nada más entrar la abrazo y, ella, sin decir siquiera Hola me dice muy sonriente: Espumillón.
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Entro al garaje a por el coche y veo pasar a uno de los hijos de la Duquesa de Alba. Camina delante de mí vestido con una traje beige, chaqueta y falda, y tacones y bolso a juego. Pienso que tiene las piernas demasiado musculosas de tanto montar a caballo y me pregunto dónde habrá encontrado medias de su talla. Alguien me empuja, son unos periodistas persiguiendo al jinete. Abren el maletero de su coche y lo encuentran besando a una chica preciosa. Le hacen fotos. Les grito que no tienen vergüenza. Dos de ellos se vuelven y me meten a empujones en una ambulancia.
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Tengo que barrer la cocina de pétalos de geranio, me da mucha pena hacerlo porque parecen confeti. Mi suegra está en la puerta de la cocina observándome, dice que si no me deshago de ellos quemará mis libros.