semáforo y vasos escondidos

domingo, 16 agosto 2009. Unos peregrinos suben hacia la Iglesia de la Victoria. Alguien dice que van al entierro de una actriz de teatro. Me fijo en una señora que pretende cruzar el semáforo en rojo varias veces, pero cada vez que lo intenta en vez de andar hacia delante da unos pasos hacia atrás. Finalmente desiste y se marcha. Dos señoras de su edad cuchichean. De espaldas parece que tenga doce años, dicen.
+
Estoy con Alberto en una tasca tipo irlandés, todo es de madera y huele a humedad. Los parroquianos entran, buscan su vaso en los sitios más inverosímiles y beben alegremente. Al parecer, en este bar, antes de irte a casa debes dejar tu vaso escondido para la próxima vez. Todos tiene uno menos yo. Antonio Blanco se sube a un taburete y saca un vaso enorme de una lámpara del techo. Aquí está el mío, dice y se sirve una cerveza desde detrás de la barra. Noto que Alberto quiere irse a casa. Me levanto y hago un gesto de despedida. Blanco se encarama a la barra para darme un beso. Sus labios están helados por la cerveza. ¿Estás de acuerdo?, me pregunta.