fin del mundo sin música

miércoles, 17 febrero 2010. Alberto y yo llegamos a un hotel que tiene las paredes hechas con cajas de fruta y verduras. Por la ventana vemos a los dueños hablar de nosotros, están muy preocupados porque piensan que soy muy antipática. Incluso les oímos decir que van a denunciarme. Alberto quiere que vaya a hablar con ellos y les demuestre lo amable que soy.
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Es el fin del mundo y los autobuses van llenos de gente joven vestida con sacos blancos. No sé bien si van disfrazados de fantasma o de tubo de pasta de dientes. Yo prefiero ir caminando por una carretera a oscuras, junto a unos montes. Los montes están llenos de gente vestida de fantasma y bailan. Me parece que están demasiado felices para ser el día en que vamos a morir todos. Oigo a una chica hablar por su móvil, le cuenta a alguien lo que ve y le explica que está muy contenta de tener la oportunidad de ver cómo explota la luna. Ya me parecía que no sabían lo que va a pasar, pienso. Cuando llego a la falda de los montes, varios de mis amigos están por allí bebiendo puré de verduras en botellas de Orangina. Siento asco. Hay un escenario con un piano. Al parecer, Juan Pardo Vidal va a dar un concierto. Pero Juan llega y se sienta entre el público. No hay manera de convencerlo de que toque.
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Mi cuñada dice que hizo mal un examen. Me dice la frase que le pusieron para analizar. No supe cuál era el sujeto. El sujeto es Yo, le digo. Dice que no tengo ni idea, que ahora todo eso ha cambiado. Saca a su hija de debajo de la mesa y la obliga a que me dé una clase de sintaxis. La niña no tiene ni idea. Saca del bolso un rizador de pestañas con el que intenta cortarse las uñas.