pantalón lila y luces de gálibo

jueves, 25 marzo 2010. La casa tiene cuatro cuartos de baño, dos arriba y dos abajo. Tengo que ducharme pero ninguno me convence por un motivo u otro. Entro en una habitación para dejar mi ropa. Carlos está tumbado en la cama, estudiando. Me disculpo por haber pasado sin llamar. Se levanta y me habla de las ventajas e inconvenientes de cada cuarto de baño, como si fuera un vendedor de coches. Si no te convence ninguno, siempre puedes ducharte a la puerta del bar, dice. Efectivamente, mirando a la derecha, hay una ducha en plena calle, delante del un bar. Le ofrezco unos pantalones lilas. Todavía me quedan bien, pero si te gustan te los regalo, le digo. Dice que los había imaginado más oscuros, que no, que prefiere seguir vistiendo de negro porque el negro es el color más elegante. El blanco, aunque no nos guste reconocerlo, es el color más elegante, le digo. Niega con la cabeza y yo no insisto. Dani, su hermano, está sentado en el suelo, está muy triste. Nos acercamos a consolarlo. Pienso que como ha sido el cumpleaños de su padre y su padre murió hace poco, se ha acordado de él. Carlos lo sienta sobre sus rodillas, para hacerlo reír pone la mano como si fuese un cuenco, y las líneas arrugadas dibujan una cara sonriente. Al mover la mano, la cara se mueve, parece que habla. Dani se ríe a carcajadas.
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Bajo en una bici de cross por la acera de una cuesta, esquivo peatones, me salgo a la calzada, esquivo autobuses y taxis a toda velocidad. Me elevo sobre las cabezas de la gente que pasa. Justo en ese momento otro ciclista pasa por debajo. Me mantengo en el aire unos segundos, a cámara lenta, como en las peleas de las películas japonesas. Quítate, quítate, pienso. Caigo a la acera y el tipo ya no está, afortunadamente. Unos metros más abajo me está esperando. Dice que podía haberlo matado. Intenta pegarme. Cuando me quito el casco y ve que no soy un chico, cambia el gesto. Dice que he intentado seducirlo, que oyó las palabras que pensaba. Le digo que decir Quítate no es nada seductor, que yo sepa. Piénsatelo, dice. Es muy guapo, pero no me interesa lo más mínimo. Mientras sigue intentando convencerme, yo ya no escucho, mi mente anda distraída mirando las luces de gálibo de los camiones que pasan.