reciclaje salomónico

lunes, 24 mayo 2010. Voy por la calle con Antonio Soler. Subimos hacia la casa de mi abuela. Me fijo en que lleva chubasquero, pero no lleva pantalones. Sin que llegue a decirle nada, me explica que para correr con lluvia es mucho más cómodo. Además, tú tampoco llevas, dice. En ese momento me fijo en que voy vestida igual que él. Nos despedimos al llegar a la casa de mi abuela. Llamo, mí tía dice que es muy tarde, que todos están dormidos y no puede dejarme entrar.
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Salud está arreglándose para salir. No reconozco la casa, la puerta da directamente a la acera. Un taxi la está esperando. Alberto me pregunta, como si fuera su padre, si lo lleva todo. Abro su bolso. Sólo lleva la cartera. Un chico extranjero muy joven entra en la casa. ¿Dónde vas? A casa de mi profesora, dice. ¿Cómo se llama tu profesora? Felicidad. Lo dejo pasar. El chico sube las escaleras en dos zancadas. Después me doy cuenta de que Salud y Felicidad no son la misma palabra.
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Alguien ha dejado una cajita con el logo de Iberia en la cocina. Dentro hay un cepillo de dientes plegable y dentífrico líquido. Intento masticarlo como si fuese un chicle. Me da mucho asco, quiero escupirlo, busco los cubos de basura pero no me decido en dónde echarlo, si en orgánicos o en plásticos. Paso un buen rato con esa porquería en la boca sin decidirme. Al final echo la mitad en cada cubo.