caer y confiscar

miércoles, 13 julio 2011. Mi madre me enseña, desde una especie de balcón, una habitación vacía que ocupa toda una planta de un edificio. Se supone que van a vivir allí. Le digo que yo no la llenaría mucho, que podría lo imprescindible y, sobre todo, dejaría un espacio para las cosas de mi padre. Mi hermana se enfada muchísimo, intenta pegarme, me empuja y caemos las dos al vacío. Mientras caigo, pienso que seguro que vamos a matarnos, pero que estaría bien saber caer de pie como si nada. En la caída mi hermana sigue intentando pegarme. La caída se me hace eterna.
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Juan Francisco quiere que le enseñe mis libretas. Entramos en una habitación muy desordenada que no reconozco como mía, sin embargo sobre la mesa hay libretas escritas y con fotos pegadas. Sólo son bocetos, le digo. Él las mira con detenimiento y después se las lleva. Confiscadas, dice.
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Camino por la calle con unos libros de texto muy viejos en la mano. Paso por una calle donde las aceras están llenas de bares. Pienso que si alguien se fija en esos libros pensará que estoy de exámenes. Siento mucha vergüenza, intento esconderlos. Alberto está en una de las terrazas y ya le ha pedido la bebida al camarero. Tomaré un té y a ti te he pedido sopa, dice.