kiosco

domingo, 29 julio 2018. Estoy en un hotel futurista decorado en blanco y naranja. La habitación es enorme y tiene un pasillo larguísimo que lleva a un cuarto de baño aún más grande que la habitación. En el cuarto de baño hay incluso una cama de matrimonio. Tiene dos puertas que dan directamente al hall. Están abiertas. Hay puerta extensible plegable como la que había en mi clase de 3ºEGB. Intento cerrarla, pesa mucho. Aparecen dos chicas con uniforme que me piden perdón por haberla dejado abierta. También por el ruido que arman los turistas en la piscina. Están de vacaciones, les digo para tranquilizarlas.
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Al pasar por un kiosco pregunto si venden trajes de gitana para bebés de año y medio, y cuánto cuestan. Doce euros. Pues uno azul. Lo envuelve con todos sus complementos: zapatos, collar, pulseras y hasta la flor para el pelo. El paquete parece una de esas tiendas de campaña que al plegarlas se quedan en un círculo. Son quinientos euros, dice. Por un momento dudo si pagarle porque me da vergüenza decirle que es muy caro. No sé si darle cinco euros por las molestias y largarme.