marcapáginas y tronos

domingo, 7 octubre 2018. Se supone que estoy en casa del escritor Chivite. Es una mansión muy blanca con enormes ventanales. Está viendo la tele, yo veo su espalda. Me siento en el suelo sobre una alfombra blanca, al fondo del enorme salón, esperando a que se vuelva, me vea y me diga que se alegra de que haya encontrado mi sitio en su casa. A mi izquierda hay varios platos de madera con trozos de madera pulida. Pienso que Chivite, en su tiempo libre, se dedica a hacer marcapáginas. De repente llegan dos de los hijos de Julio Iglesias (no recuerdo cuáles), vuelcan los platos sobre la alfombra y rebuscan. Las piezas de madera se han convertido en frascos de perfume, algunos se han roto y empapan la alfombra. Pelean entre ellos. Chivite parece no darse cuenta. Pienso que cuando toda la habitación apeste por la mezcla de perfumes los echará. Pero ni siquiera yo percibo el olor.
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Parece un bar excavado en una cueva. Busco los servicios y encuentro dos sillas de madera con agujeros. Están en un salón destartalado donde se amontonan cajas de vino y cubos de fregar. Se puede ver la cocina y a las camareras (y ellas a mí). No pienso orinar aquí, me digo. En el camino de vuelta me encuentro a tres tipos enchaquetados y engominados que buscan los servicios. Los mando a los tronos de madera, esperando que se pierdan o hagan el ridículo.