media maratón, dos idiotas y una alcayata

sábado, 23 marzo 2019. Estamos en una parada de autobús que parece un contenedor metálico. Hay mucha gente esperando y todos llevan abrigo menos yo, que voy vestida de verano. El bus que debería pasar entra por una calle perpendicular. Indignación general. Recuerdo que leí que han cambiado la plataforma porque hay una media maratón el sábado. Venid conmigo, les digo. De repente se ha hecho de noche y a mí se me han desatado los cordones de las zapatillas. Me siento en mitad de la calle, sobre el asfalto para atármelos. Los coches tienen que esquivarme.
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Estoy en la barra de un bar (que se parece mucho a El Pimpi) con Míchel. De vez en cuando pasan guiris, nos piden el teléfono (tanto a él como a mí). Nos negamos. Un italiano me dice que le dé cualquier número, aunque sea falso, para no quedar mal delante de sus amigos. Míchel dice que quizá así nos dejen en paz. Se lo doy. Míchel tiene otra gran idea: Vamos a hacernos pasar por idiotas. Cada vez que alguien se nos acerque metemos las dos manos en nuestras bebidas, nos ponemos perdidos, aplaudimos y salpicamos a todos los que esten a nuestro alrededor. Así lo hacemos.
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Mi padre intenta colgar una bolsa de plástico de una alcayata. La alcayata está muy alta y mi padre no llega. Yo te la cuelgo. En la bolsa hay un montón de guantes de plástico. Mi padre aprovecha para tumbarse en la cama y hacer gimnasia.