equilibrios

jueves, 20 febrero 2020. Se supone que estoy en Valencia. Después de un festival de cortos, no sé cómo he ido a parar a un piso que comparten Parreño y una pareja. No hay ascensor y para llegar al piso no se pueden pisar la mayoría de las baldosas porque dan descargas eléctricas. Un vecino baja dando saltos, haciendo equilibrios. También la escalera donde, además, hay que esquivar varias macetas enormes. Dos chicos bajan como si hicieran parkour. Decido que es más fácil subir como una funambulista por la barandilla de hierro. Una vez en casa hablamos de generalidades como ocurre cuando se está con alguien a quien no conoces. Criticamos a las parejas que se pasan la tarde en el bar cada uno mirando su móvil, por ejemplo. Se me sale el móvil del bolsillo. Se ríen al verlo. ¡No tiene ni cámara!, exclaman. No puedo recibir fotos siquiera, añado. Tengo varias llamadas perdidas. Una es del novio de mi hermana donde me explica cómo abrir una lata de sardinas sin mancharse los dedos de aceite. La otra es de Alberto. Dice que por fin ha podido grabar no sé qué programa de la tele. La chica llama a Alberto para gastarle una broma. Después de un rato hablando me lo pasa. No eres Alberto, le digo. Cierro el móvil. Parreño dice si quiero hacer algo, ir a algún sitio. Quiero irme a casa y dormir, le digo, pero antes debo pasar por el festival porque me he dejado las maletas.