gallinero

lunes, 24 febrero 2020. Se supone que estamos en Nueva York porque hemos encontrado unos billetes a 300 euros. Estoy en un parque, sentada entre el público, donde una mujer mal disfrazada con gasas y collares cuenta el parto de su hija. Su hija está presente. Su nieta, que ya tiene unos cinco años, también. Toda su familia está en primera fila. Alguien me señala y grita: ¡Se aburre! Toda la familia y hasta el público me miran con odio. Cuando te aburres te pican las piernas, dicen. Les digo que el micrófono no funciona y aprovecho para escabullirme, pero la hija me acorrala en una habitación que parece un gallinero. Voy a leerte la mano, dice y comienza a clavarme una de sus uñas que se ha convertido en una navaja. Consigo escapar. Me encuentro a una chica que se alegra mucho de verme. Te llamé el lunes pero no me lo cogiste, dice. Nunca cojo el teléfono. Subimos por una calle muy fea con parterres con animales muy raros (no sé si son gatos, ratas o gallinas). Qué pena de viaje, le digo y le cuento mi episodio con la familia de los velos, me hubiera gustado ver otras cosas. Podemos venir la semana que viene, dice ella muy contenta. Pienso que, si vuelvo, le diré a mis padres que el billete cuesta 30 euros, no 300.