morada

domingo, 21 enero 2024. Llegamos a un bar. Hay tres mesas juntas. Los extremos están ocupados. Alberto se sienta en la del centro y separa las de los lados. Pienso que a la camarera (con cara de pocos amigos) le sentará mal. Todavía no hemos pedido nada cuando nos lanza desde la puerta un plato con carne con tomate que se estrella en mi brazo. Como llevo una camisa blanca parece una herida. Los de la mesa de la derecha se echan las manos a la cabeza, dice que la denuncie. Las chicas de la mesa de la izquierda ríen la gracia. Alberto se levanta, lo sigo. Llegamos a un túnel muy sucio sin luz. Al andar noto que el suelo está cubierto de barro. A contraluz se distingue la figura de un pastor alemán del tamaño de un caballo. Intento avisar a Alberto para que no siga. Por más que grito no se vuelve.
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Se supone que estamos en Praga. Caminamos tranquilamente por la calle. De repente se hace de noche. Una chica (va con su marido y su hija) nos pregunta si somos españoles, que ellos lo son, que viven allí desde hace mucho tiempo, que si necesitamos algo se lo digamos y nos ayudarán encantados, que si queremos subir a cenar a su casa no tenemos más que decirlo. Los dice todo seguido sin dejar de sonreír. Noto que al marido no le ha hecho ninguna gracia la invitación de su mujer. Entran en un portal. Esta es nuestra morada, dice. En vez de portero electrónico hay fotos enmarcadas de los vecinos.