camaleón y rosa de jamón

jueves, 9 mayo 2024. Estamos reunidos en la casa de mi madre y de repente, desde la terraza, entra Isabel Díaz Ayuso dando zancadas. Pienso que será nuestra nueva vecina. Me pregunto cómo habrá saltado de su terraza a la nuestra. Dice que su camaleón se ha escapado. Lo veo en un rincón del techo y lo señalo. ¡Allí!, soy muy buena encontrando a Wally, digo. Todos se ríen. Ella se pone muy nerviosa y dice que se lo devuelva. Cojo un palo extensible de fregona. El camaleón se sube y lo pongo encima de la mesa. Mientras voy a dejar el palo en su sitio, mi madre (que siempre corta cualquier alimento en trocitos muy pequeños) ha cortado al camaleón con una cuchara. Dice muy contenta, con gesto de tener cinco años, que en trocitos será más fácil llevárselo a casa. Le digo que por qué ha matado al animalito, que no soporto más vivir en esa casa. En realidad estoy furiosa por ver a mi madre tan infantil, haciendo locuras. Me encierro en mi cuarto a llorar.
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Estoy en la parada del C2. Donde antiguamente había una tintorería han puesto una tienda. No se sabe muy bien de qué es porque solo tiene un mostrador. Está completamente vacía. Mientras espero en la parada, una chica le regaña a una madre por regañarle a su hijo. Se enzarzan en una pelea. La gente que pasa se pone de parte de una o de otra. Yo me escabullo, entro en la tienda. Le pregunto qué vende. Dice que es una óptica y también hacen análisis. Pues viviréis de hacer análisis, le digo. Como la pelea continúa, le digo que las gafas las cambio cada tres años, sin embargo análisis una vez al año. Me pregunta si quiero hacerme unas gafas. Lo dice y saca una jeringuilla de debajo del mostrador.
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Estoy con Alberto en un bar. Probamos algunas tapas (me extraña su manera de degustarlas, calibrándolas). De repente sale corriendo. Aparece con unos compañeros del trabajo. Eski se sienta a mi lado y me cuenta algo, pero no le presto atención. Alberto llama al camarero dando dos palmadas. Me extraña mucho su actitud, parece que esté actuando. Siento una tristeza y una soledad enormes. El camarero, un señor mayor vestido de etiqueta, vuelve a traer las mismas tapas, ahora para todos. A mí me pone delante una rosa hecha con jamón. Esa tapa no la había puesto antes. Lo miro asombrada. Me guiña.