moscas y orejas anónimas

miércoles, 23 enero 08. Juano ha publicado un cuento ilustrado con acuarelas. Los personajes no tienen nombre, sólo iniciales. Todas las acuarelas son azules y eso me causa una tristeza enorme.
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Llego a casa a la hora de almorzar. Alberto está sirviendo la comida. Joan ya está sentado a la mesa. Por un hueco que hay en la pared, veo que la ropa está tendida, pero aún está mojada. Es la ropa que tengo que meter en la maleta, porque nos vamos de viaje después de comer. La habitación se convierte en el patio de la casa de mi abuela y un montón de moscas salen de una maceta y terminan con los restos de comida del plato de Joan. Se ha dejado la ensalada. Debe notar que estoy incómoda con la situación, porque hace un gesto con la mano que le sirve tanto para espantar a las moscas como para quitarle importancia al asunto. Es la tercera vez que vienes a verme, le digo. Él duda, saca la Moleskine donde apunto los viajes y lee concienzudamente, tratando de comprobarlo. Mientras lee, yo termino de comer. El patio vuelve a ser el comedor. Alberto trae a Darío del cuarto de baño envuelto en una toalla roja y lo coloca sobre la mesa. Me lo siento en las rodillas. Darío, que sólo tiene dos meses, me dice que me cubra el escote porque le entra hambre. Aparecen Hugo, Ann y Paul. Dejan sus mochilas del colegio en el suelo y se tiran en el sofá agotados. Joan les pregunta si han trabajado mucho. Llevamos veinticuatro horas viendo carreras de Tunning, dicen. Joan, para animarlos, les ofrece un porro.
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Un padre le sirve a su hijo de tan sólo cuatro años una copa de licor, pero se la sirve vaciándola dentro del oído. Después juntan las cabezas, las giran, y el líquido pasa al oído del padre. Yo miro a mi padre y le digo: Va a ser verdad que los guiris no saben beber.