primas, kleenex y piedras de colores

miércoles, 22 diciembre 2010. Le regalo a mi prima Cristina unas veinte piedras rojas. Las coloco ordenadas sobre la mesa. Sé que tú cuidarás de ellas, le digo.
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Andrés, su hijo Darío y yo bajamos por un camino de tierra mojada. Cojo una piedra azul. Se la doy al niño. Le digo que no es una piedra corriente, que esa piedra brilla en la oscuridad. El niño corre muy contento con la piedra en la mano. Lo perdemos de vista. Hay fiestas en las calles y temo no encontrarlo. En una plaza enorme lo veo correr hacia mí, me abraza. No me estabais buscando, dice muy triste. Acércate a papá, le digo, y si lo primero que hace es sonarte la nariz, es que estaba muy preocupado. Darío se acerca a Andrés, Andrés saca un kleenex y le dice que se suene fuerte. Lo raro del sueño es que Darío, en todo momento, es un niño japonés.
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Bajo con mi prima Elisa Por una pared vertical. Nos cuesta agarrarnos a unos ladrillos que sobresalen para no caer al vacío. Ella se agarra con una mano mientras fuma con la otra. Está muy enfadada, dice que no entiende qué mal puede hacer el humo de su cigarrillo a los demás. Si todavía soltara oxígeno, le digo, entendería tu enfado. Cuando por fin llegamos al suelo está cubierto de piedras con aristas. No podemos andar. Me agarro a una columna hecha con varios ladrillos, sin cemento, y la rompo. Mi prima se ríe.