escaleras, ascensor

jueves, 28 abril 2022. Salgo e la casa de mis padres con una jarra de plástico llena de agua y, dentro, una lechuga. Pesa mucho. En la escalera que baja del ascensor al portal no aguanto más el peso y se me vuelca. El agua que cae es desproporcionado al tamaño de la jarra. Subo de nuevo a por una fregona. En casa están todos revolviéndolo todo. Mi hermana dice que mi padre no encuentra el aireador (no sé qué es eso ni tengo tiempo porque temo que alguien resbale con el agua). Mi padre me señala justo al lado de donde está la tele. ¿Aquí es donde sueles poner tu máquina de escribir?, me pregunta. No, respondo. Pues entonces hemos terminado, dice de muy mal humor y se deja caer en el sofá. Le digo a mi hermana que tengo que secar el agua, que me dé una fregona y un cubo. Dice que no sabe si tienen y sale de la cocina como si nada. ¡Todo el mundo tiene!, le grito. Encuentro una fregona y un cubo rojo. Mientras bajo en ascensor me doy cuenta de que el cubo no tiene fondo. Le apaño uno con una pieza que encuentro. Cuando llego a la escalera en realidad es una grada de obra con los bordes tapizados de escay acolchado. La grada da a un recinto con canchas de baloncesto y pistas de skate. Hay un montón de chicos (tipo Omar Montes) y chicas (tipo Rosalía) hablando y escuchando música horrenda. Seco como puedo la escalera mientras pienso que tendremos que mudarnos, que no quiero vivir en un sitio así. al subir el cubo con el agua recogida, junto al ascensor hay un expositor con folletos de supermercado. Me extraña que anuncien productos navideños. Se arremolinan parejas de ancianos queriendo cogerlos. Los reparto para que se vayan cuanto antes y me dejen subir a casa.
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Estoy en una explanada de tierra esperando el ascensor de un centro comercial. Hay tanta gente esperando para subir que un azafato va llamando según al piso que vayas. Mientras, tocan unos músicos callejeros. Intento acercarme lo más posible al ascensor, para ver cuándo es mi turno. Voy a la quinta planta. Un chico me pisa. En vez de decir ¡Ay! o ¡Porras!, digo ¡Stewie! El chico se vuelve. Yo soy Stewie, dice. Sigo mi camino. Cuando llego al ascensor, el turno de la quinta planta ha pasado. Pienso en entrar en el de la sexta y bajar un piso andando. Entro. Al llegar a la sexta planta un cartel indica Peluquería. Hay una inmensa grada, tapizada en azul, acristalada, que da al mar. Las vistas son magníficas, pero tengo prisa. En la grada esperan cientos de mujeres, algunas con sus parejas o sus hijas. Incluso hay veladores donde algunas parejas se hacen arrumacos y toman bebidas. En otras zonas hay camas para hacer la espera más cómoda. Voy pasado entre sillones, mesas y camas, como cuando llegas tarde al cine y tu asiento están al final de la fila. Intento molestar lo menos posible. No me mira nadie ni nadie protesta a pesar de que a veces los rozo y empujo. Cuando por fi llego al final de la planta para bajar a la quinta, no hay salida.