mayordomo

sábado, 30 abril 2022. Es de noche y estoy en un carril de tierra junto a unos contenedores charlando con, las que se supone, mis vecinas. Hablan de sus hijos y de tareas domésticas. Cada vez que intento escabullirme encienden una linterna y me enfocan. Los hijos aparecen con cosas (juguetes, bolsos) que tiré la noche anterior. Sus madres los jalean como si trajeran auténticos tesoros. No comprendo que cojan cosas de la basura porque viven en auténticos palacios. Una de las madres me dice que pasemos a tomar algo. Un tipo vestido de la caricatura de un mayordomo hace sonar una campanita desde la puerta. Escaleras, columnas, lámparas de araña, enormes salones con sofás... todo tal y como lo había imaginado. Junto a uno de los regios sofás hay una caja de cartón raída con restos de disfraces. Me vendría muy bien una peluca de Pippi, pienso y rebusco. Encuentro unas medias con blonda de silicona y dudo si ponérmelas para estar más acorde con la decoración. Aparecen Javi, Martina y Quique. Todavía llevo las medias en la mano, quiero enseñárselas a Javi para que se ría, pero parece no verme. La vecina dic que nos sentemos y toca una campanita. El mayordomo vuelve con bandejas, dobla la espalda para que nos sirvamos. No me gusta que me sirva y le pregunto si necesita ayuda. Sí, dígame qué bebida quiere que le traiga. Me sirvo lo que parece chorizo blanco frito. ¿Tanto lujo y esta comida?, pienso. Cuando llega el turno de Javi la bandeja está vacía, y se queda en un gesto de estupor con los brazos en alto sin poder servirse nada. Le hago señas para ponerle la mitad de lo que tengo en el plato, pero sigue sin verme. La dueña de la casa se sienta a mi lado con uno de los bolsos que tiré la noche anterior, lo abre y me pregunta cómo lo cosí. Me parece una pregunta estúpida porque se ve claramente que está cosido a mano. Le explico algo sobre patronaje y relleno de bolsos de tela, sin ganas. Algo rueda, miro y es la canica de mi padre que me regaló cuando era niña. Corro tras ella, pero va rebotando en distintos sitios (pared, patas de mueble) como si estuviera en una mesa de billar. Cuando por fin consigo alcanzarla está partida por la mitad. Siento una tristeza inmensa.