espadas

sábado, 16 abril 2022. Estoy en una especie de cabina (ascensor grande o autobús pequeño). Se supone que vuelvo de un viaje y varias personas me preguntan por alguien a quien se supone he visitado (qué si está bien, que si ha engordado, etc). La chica que más pregunta dice que antes de despedirnos necesita grabar unas escenas de dos niños luchando con espadas para su proyecto (no explica el proyecto). Las tres o cuatro personas que estamos con ella buscamos espadas entre nuestro equipaje como si lo normal fuera llevar una espada. Salimos a la calle, hay ramas rotas en la acera y propongo hacer unas de madera. Las prefiere de metal. Entramos en una especie de taller. Hay piezas metálicas por todas partes esparcidas por mesas de trabajo. No hay nadie. Quizá sea su hora de comer, podemos esperarlos, digo. Ahora es el momento, dice la chica y propone robar algunas piezas para construir las espadas. Yo observo todo desde arriba (un pasillo elevado que recorre el taller como si fuera un balcón). Les digo que no me parece bien robar nada. Ni caso, siguen a lo suyo. Deseo que todo desaparezca para que no puedan llevarse nada y, en ese momento, todas las cosas se deslizan hacia una de las paredes como atrapadas por un imán y desaparecen. Me sorprende lo que he sido capaz de hacer. Bajo rápidamente para comprobar dónde han ido a parar las cosas porque los operarios se encontrarán el taller vacío. Al llegar a la planta bajo abro una puerta. Da al comedor de una casa donde una familia está poniendo la mesa. Parecen felices, todos ayudan (la madre lleva una sopera, el padre los vasos, los hijos los platos y el cesto de pan). Parece una coreografía de una película de los años 50. Las cortinas están corridas y el ventanal abierto, se ve un paseo marítimo. Les pregunto dónde estoy. Nada. Ni me ven ni me oyen. Pienso que al hacer desaparecer las piezas metálicas yo también he desaparecido. Estoy muerta, pienso. Me lo tomo sorprendentemente bien. Salgo a la calle (se parece al paseo marítimo de Pedregalejo). Suena mi móvil. Es Juan Francisco. ¿Dónde estás?, pregunta. No lo sé, le digo. Mientras me habla, pienso en cómo decirle que no sé dónde estoy porque estoy muerta pero sigo "aquí". Mientras me habla caigo en la cuenta que Juan Francisco murió hace unos años.