cuervos

viernes, 20 octubre 2023. Toda la familia en casa de mi abuela. Mi padre tiene que ir a trabajar, mi prima Cristina se arregla con urgencia, yo tengo prisa. Mi padre intenta llamar a un taxi, pero el teléfono se ha convertido en un ordenador complicadísimo. Intento ayudarle. Nada. Le pregunto a mi prima si compartimos taxi. Dice que el cuarto de baño está ocupado y todavía ni se ha duchado. Oigo cantar ópera a mi tía Encarna a través de la puerta. Decido irme sin esperar a nadie, pero una niña me ha escondido la maleta y la mochila. La niña ríe a carcajadas. Le grito que ya no la quiero. La niña llora desconsolada. Mi tía Paqui dice que le dé un beso o no me dirá dónde están mis cosas. Al darle un beso a la niña, deja de llorar y ríe al momento. Era cuento, pienso. Recupero mis cosas y voy hacia la calle. Mi madre me pregunta si volveré por la noche. Le digo que no, que no dormiré en casa porque voy a un congreso. Mi madre me acompaña hasta la acera y allí se da cuenta de que no lleva ropa interior. Se sienta en el escalón para taparse. Unos chicos piensan que se ha desmayado e intentan ayudarla. Ella siente tanta vergüenza que se convierte en un cuervo. De repente, en vez de la acera, hay un campo enorme con un río. Al borde del río hay un montón de cuervos. No sé cuál de ellos es mi madre. La llamo y se posa en mi mano. Le digo que se cuide y sigo mi camino. Por la calle me encuentro a Ángeles. Va en bikini. Me miro. Yo también voy en bikini. Le digo que está muy morena, que yo estoy tan blanca que parecemos de razas distintas. De repente se hace de noche, llegó a la plaza de la Merced y veo Alberto junto a un puesto de frutas. El chico que las vende me tiende una manzana dura por fuera y con un agujero enorme. Veo que dentro hay bolas gelatinosas de colores. Al ver mi cara de asco, Alberto y el frutero insisten en que me la coma. Es una fruta exótica, dicen. No me atrevo a darle un mordisco.