miércoles, 22 octubre 2025. Estoy en la parte más alta de un cine antiguo con varios niveles. Huele a humedad, a antiguo. Los asientos son de espuma roja gastada. Proyectan una película de Truffaut (ayer vi un documental sobre su vida). Cada dos minutos encienden las luces para que el público aplauda cada escena. Me canso, me levanto y salgo a la calle por un ventanuco que da a un andamio. Veo a Virginia a lo lejos. Empieza a llover. Le digo que entre conmigo al cine para que no se le moje su abrigo nuevo (me envió ayer una foto con él puesto). Subimos por el andamio y entremos por el ventanuco. Todo sigue igual. Virginia me mira con cara de, "¿pero dónde me has traído?".
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Estoy en la terraza de un restaurante con la familia Cabezón Beltrán (se supone que estamos en Uruguay; la mesa a ratos es mesa, a ratos el capó de un coche enorme descapotable). El camarero se acerca y, cuando vamos a pedir, estornuda y se va. Ellos están de espaldas a lo que sucede, yo de frente a la entrada del bar. Veo cómo el camarero y dos chicas se quitan los delantales y cierran. Ariadna se ha puesto a hacer equilibrios sobre unos raíles que hay junto a la mesa-coche. Le gritamos que se baje, que es muy peligroso. Pasa de nosotros. Se baja en el último instante antes de que llegue el tren. El tren es un autobús muy largo. Aprovecho y me subo porque es muy tarde y he quedado con Alberto. De repente el autobús está en Málaga y entra en calle Fernando el Católico. Pienso que no tendrá espacio para dar la curva. Así es. El conductor se baja llorando. Entra una conductora e intenta maniobrar hacia atrás. Vamos a ir marcha atrás hasta Mangas Verdes, dice un pasajero y todos ríen la gracia. Yo estoy de mal humor porque voy a llegar tarde, así que me bajo en marcha (el autobús se ha convertido en un tren de juguete), tomo el autobús (ahora tren) entre los dedos y me lo llevo a casa. En casa dibujo el recorrido de las calles sobre la alfombra del comedor y coloco el tren con cuidado para que los pasajeros no se lastimen. Hago el recorrido maniobrando con cuidado mientras pienso dónde estará Alberto. Con una mano muevo el tren, con la otra lo llamo por teléfono. Alberto está enfadado, dice que no aparecí y se fue. Le explico que un autobús ha descarrilado y lo tengo en el comedor. Alberto dice que es la peor excusa que ha oído nunca. Ya sé que es un sueño dentro de un sueño, pero tengo que acabarlo para que todos los pasajeros puedan despertar en sus casas, le digo.