domingo, 14 diciembre 2025. Entro en un comedor de lo que parece una residencia de estudiantes. Miro a mi alrededor, pero no conozco a nadie. Al fondo hay una especia de mercadillo. Entre lo que venden, una escena móvil (del tamaño de una caja de cerillas) donde una muñeca adosada a un alambre se pasea con un libro entre las manos por su cocina. Lleva unas palabras en la base: "Mientras cocino leo, y mientras leo me acuerdo de ti". La compro para enviársela a Virginia. Al darme la vuelta el comedor es una guardería. Entre las mesas hay una niña muy pequeña (no mide más de veinte centímetros) que parece perdida. La levanto para que miré y encuentre su mesa. Señala. Allí, dice. La llevo y la dejo con otras niñas. Veo a María. Ha engordado y lleva un bebé en los brazos. Me alegro de verla. Se sienta en un escalón a darle el pecho. La niña es idéntica a ella, solo que la cabeza es un ovillo de lana mojada o espaguetis. No le pregunto por si se molesta. Hablamos de los viejos tiempos, de las lecturas que organizaba Cumpián y de que llegó un día en el que se cansó de estar sola y decidió tener una hija. Dice que tiene que adelgazar, pero no quiere dejar de comer. Yo llegué a pesar este verano 46 kg sin hacer nada, solo estrés, le digo. Se ríe. Le propongo que nos pongamos a régimen a la vez. Le llamaremos "régimen de estrés", le digo y nos reímos (también la bebé) a carcajadas.