sin frenos, sin piernas

miércoles, 17 diciembre 2025. Llego a casa de mis padres. La puerta está entornada, le falta un trozo por arriba y está curva. No tengo que meter la llave, empujo suavemente y se abre. Está muy oscuro, ni siquiera se vé al fondo la luz que debería entrar por la terraza. Pienso que han entrado y vuelvo a cerrar. Llamo a la policía. Me disculpo, le digo que quizá sea una falsa alarma, pero una vez oí que si llegas a casa y la puerta está abierta, que no entres y llames al 061. Un chico me atiende educadamente. Dice que no puede hacer nada, que no hay suficientes policías y solo tienen un coche para toda la ciudad. Bajo a la calle, Alberto todavía está en el portal. Me pregunta qué pasa. No le digo nada porque sé que es capaz de subir, entrar en la casa y pelear con quien sea.
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Vamos en coche. Alberto para delante del estanco de calle Gordón para echar una quiniela. El semáforo se pone en verde y echa a andar. Yo voy en el asiento del copiloto. Deseo tener delante el volante y los pedales y sucede. Conduzco calle Cristo arriba, pero cuando quiero frenar se me han paralizado las piernas. Pienso que si subo por la carretera de los montes, al ser una cuesta, el coche acabará por detenerse solo. Un chico que baja en moto a toda velocidad choca conmigo. Como si fuera un globo, se aplasta un poco, vuelve a su forma original y sigue su camino.
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Salimos de la iglesia de la Victoria. Mi sobrina Elena va en silla de ruedas. Para bajar la escalera tenemos que llevarla a pulso. Pesa mucho, la gente nos mira con pena, como diciendo: esa chica tan joven y tan guapa... Cuando por fin llegamos abajo, mi sobrina se levanta y dice que está cansada de fingir. Lleva unos short vaqueros, estira piernas y se va. Pienso que tiene las piernas más bonitas y morenas que nunca.