pechos pequeños y paraguas

miércoles, 7 octubre 2009. Entro en una habitación y las paredes cambian de color, los muebles desaparecen, estoy dentro de un cubo blanco. Un tipo de aspecto oriental me amenaza con un rastrillo gigante. Toco la pared buscando una ventana, aparece, pero está demasiado alto para saltar. El tipo me empuja, caigo de espaldas, me inmoviliza tumbándose encima. En ese momento entran sus compinches y se ríen. No queríamos molestar, dicen. Cuando se van, el tipo me besa y se restriega sobre mí. Su lengua me da asco porque parece una canica, pero sus manos me gustan mucho porque cuando me toca los pechos se me vuelven muy pequeños.
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Paso por delante del que fue mi instituto y recuerdo que dejé una nota escondida entre los ladrillos de las duchas. Entro, todo está muy cambiado, los alumnos me parecen todos macarras vestidos para un viernes noche. Donde antes estaban las duchas ahora hay un bar. Saludo a la dueña, dice que se acuerda de mí, que el antiguo instituto lo derribaron y sólo quedan dos piedras que se guardan en un almacén. Me pregunta qué fue de mi vida y, cuando voy a empezar a contarle, vemos pasar a Blas, mi profesor de matemáticas. Va descalzo. Se saludan. Soy Isabel Bono, le digo. Me acuerdo de ti, dice, fuiste la única alumna que se atrevió a agarrarme un dedo. Intento recordar de qué me habla y me viene una imagen estilo Magritte de Blas con paraguas. No fue el dedo, fue el paraguas, le digo.