el día del super-ocho

jueves, 10 junio 2010. Aumesquet, un compañero de instituto al que no veo hace más de veinte años, toca la guitarra en un escenario. Quiere batir un récord. Le han puesto una silla muy baja, pienso que la postura es mala para las rodillas. Cuando llego ya lleva más de cuatro días sin parar de tocar. Uno de sus hermanos me dice que está a punto de terminar. Todos aplauden. Se levanta como si nada. Noto que es a mí a quien le duelen las rodillas. Cuando se acerca a nosotros, lo saludo emocionada después de tanto tiempo, pero pienso que no es él. No se parece nada al que era, al menos. Intento salir del salón de actos pero, a la vez, hay gente que quiere entrar. Cuando por fin estoy fuera, me doy cuenta de que me he dejado el bolso en mi asiento. Pienso si me compensa volver a entrar y decido que sí, porque es un bolso antiguo de mi madre.
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Mi padre nos comunica ceremoniosamente que, a partir de ahora, los sábados serán el día del super-ocho. Levanta una película como lo haría un sacerdote en la misa e intenta meterlo por la ranura del reproductor de dvd. Mi madre y yo nos miramos sin decir nada.