madres y vecinas

jueves, 3 junio 2010. El poeta David González y yo estamos a punto de irnos a la cama. Él todavía anda recogiendo papeles por la habitación. Ha estado trabajando todo el día. Su madre entra en el cuarto con un plato de cabezas de pescado frito. Lo deja sobre la almohada. David me dice que él no piensa comérselas y que si su madre vuelve con otra cosa le armará una buena bronca. Yo no sé qué hacer porque es la primera vez que la veo. Oigo cómo su madre se acerca. Me tapo hasta arriba para que crea que estoy dormida. La madre de David lleva en las manos varios trozos de papel de periódico. ¿Esto es todo lo que sabes escribir?, le grita. David sigue recogiendo sus cosas sin alterarse. me da mucha pena pensar que ha estado trabajando todo el día escribiendo poemas.
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Alberto y yo miramos en la tele un programa horrible de niños que cantan. El mando a distancia está a sólo dos metros, pero estamos tan cansados que no estiramos el brazo. Llaman a la puerta. No abras, le digo. Desde fuera oyen la tele encendida y siguen llamando. Son dos vecinas a las que no conozco, vienen a ver a la madre de Alberto. ¿Ha muerto ya?, me preguntan. Les digo que sólo está dormida. Una de ellas se ha puesto a darle de comer. Les digo que la dejen descansar, que no le den de comer porque podría ahogarse. Una de las vecinas baila en el pasillo. Lleva una ropa horrible, unos vaqueros láser de globo y una camiseta de rejilla. Hoy me he vestido de moderna, dice sin dejar de bailar.