incógnitas

martes, 15 julio 2008. Dos parejas y yo jugamos a un juego que no entiendo. Estamos sentados alrededor de una cama como si fuera una mesa de comedor. Se trata de inmovilizar al contrincante tumbándose encima. Alguien dice Ya, y se lanzan sobre mí. Logro escabullirme y eso les pone de mal humor. Decido marcharme. Sal a buscar tu bolso si te atreves, me dicen. Ellos no saben que sé que han soltado una serpiente enorme en el jardín, así que decido salir por una ventana del piso de arriba. La ventana está tapiada, hago un agujero con las uñas. Veo a Paquito, de niño y le hago señas para que me ayude. Entre los dos hacemos más grande el agujero, y salto a su casa. Su casa está en una ciudad sin edificar y llevan ropa de otra época. Paquito dice que puedo quedarme a vivir con ellos. Somos tantos hermanos que nadie se dará cuenta, dice. Aunque trato de hacer una vida normal, siempre hay alguien observándome desde un coche o persiguiéndome. Creo que olvidamos volver a tapiar la ventana, le digo a Paquito.
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Vuelvo a casa en silla de ruedas. Me cuesta mucho subir y bajar las aceras. Le pido a dos chicos, que van hablando de exámenes, que me ayuden. Uno de ellos me lleva a casa de mis padres. Al entrar en mi cuarto, veo que no hay cama y el suelo está lleno de hojas secas. Las barro con esfuerzo. Mi padre me da sus zapatillas. Le digo que hace calor, que no las necesito. Se enfada. El chico que me ha acompañado a casa le explica que es verdad, que en la calle hace calor. Discuten. Entro en el cuarto de baño y lleno la bañera. Al tumbarme me duele mucho la espalda, hundo la cabeza en el agua y empiezo a contar, uno, dos, tres...