pastel de piña

miércoles, 30 abril. 2025. Voy a tender ropa en casa de mis padres. Veo que las cuerdas están llenas de ropa tendida. Deben de llevar mucho tiempo porque está todo acartonado. Intento correr las cuerdas, pero están atascadas. Pienso que si estiro muchos los brazos podré llegar hasta el final. Los brazos parecen de chicle. Incluso llegan al patio del primer piso donde unos niños juegan (yo estoy en el cuarto piso). Un niño dice que no toque sus cosas. Me doy cuenta de que entre la ropa que he recogido está una de las botas de uno de los niños.
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Acompaño a una niña a una pastelería. La niña va vestida de dependienta de otra pastelería con un uniforme blanco y un delantal con peto de rayas verticales blancas y color café con leche. Tienes que probar su mejor pastel, le digo, el de piña. La niña duda cuál pedir. De piña solo queda uno, dice el dueño. Ponga uno de piña y otro de fresa y así prueba los dos, digo. Una pareja de mi edad se acerca, me dicen que me oyeron leer ayer y se emocionaron mucho, que todo se solucionará. La chica me abraza. Lloro.

vecinas

martes, 29 abril 2025. Mi casa da a casa de los vecinos porque no hay pared de por medio. Son una familia numerosa (sobre todo mujeres) que parecen sacadas de una película del este (faldas de flores hasta los pies y pañuelos en la cabeza). Entran y salen de mi casa con fuentes de comida (casi todo dulces y gominolas). Se supone que Inma y Tito se han quedado en casa y están esperando a que me despida de ellos o los acompañe a la estación. Están con mala cara en la puerta con las maletas preparadas, pero no puedo atenderlos por culpa del trasiego de vecinas y sus hijos. De repente aparece mi madre. Cae hacia atrás. Corro hacia ella. No pasa nada, he tropezado, me dice. La miro fijamente. En realidad me he desmayado, dice. (Me despierto agitada).

visón

sábado, 26 abril 2025. Estamos en un bar de una plaza porticada. Carmen tiene una niña sentada en sus rodillas, pero no es suya. También está David (pero no se le parece en nada). Alguien me dice le pregunté a si de verdad Franco estuvo en su clase. Qué tontería, podría ser su bisabuelo, le digo. Le pregunto de todos modos. David se echa llorar, dice que está  harto de que le hagan a misma pregunta. Que sí, que es verdad, que estaba en su clase y que no puede decir nada malo de él. Que era un niño normal y corriente, que incluso ayudaba a los demás a hacer los deberes. Mientras habla, en segundo plano, hay una tele en la que se ve una clase dónde las niñas están boca abajo debajo del agua. Carmen se levanta y echa a andar, me agarro de su brazo. Noto un tacto raro y es que lleva un abrigo de visón hasta los pies. Salimos a la plaza. Hay dos grúas enormes. Casi nos atropellan. Le digo que nos va a pasar lo mismo que cuando nos marchamos los zapatos de graba. Nos reímos.

santo perro

viernes, 25 abril 2025. Estoy en un restaurante con un grupo de chicas. Solo conozco a Cristina. La mesa es pequeña y estamos apiñadas a su alrededor. Pienso que cuando traigan los platos no cabrán y nos daremos con los codos al comer. Hablan sin parar. Yo no tengo nada que decir. Intento sonreír y asentir de vez en cuando. Alguien saca el tema de lo que lleva en el bolso y aprovecho para decir que yo llevo una estampa del Santo Perro. Noto miradas y risitas. Los busco para demostrarlo. No doy con él. Empiezo a sacar papeles cortados con dibujos infantiles. Dudo que sea mi bolso. Tampoco está el DNI ni la tarjeta de crédito. Llegan dos chicos, se sientan a la mesa. Cristina me presenta al que está a mi lado. Te presento a salvador, dice. Los miro y es Camilo. No entiendo nada. De repente Cristina se levanta. Todas la siguen. La despedida más veloz de la historia, pienso. Al salir no sé en qué ciudad estoy ni cómo volver a casa. Una chica (que resulta ser Thais Villas), se despide con un abrazo sincero, dice que ella me cree. En ese momento aparece la estampa del Santo Perro y se la enseño. Escríbeme, me dice. No me gusta molestar, mejor escríbeme tú, y le digo mi mail al oído.

dos paraguas

miércoles, 23 abril 2025. Estoy en una ciudad enorme y busco la calle México. Nadie sabe decirme dónde está o me dan pistas falsas. Corro de un lado a otro. Entro en un edificio muy antiguo. Cuando por fin alguien me dice que está tan solo a dos calles, salgo a toda velocidad, pero en las escaleras del edificio han puesto un restaurante. Familias de extranjeros muy rubios toman cerveza y sangría. Una familia quiere invitarme a comer cuando paso por encima de su mesa. Les doy las gracias, les digo que llego tarde, que tengo cita con un editor. El padre de familia me dice que su hija pequeña escribe y lea sus poemas. Consigo zafarme de todos, salgo del edificio y comienza a llover. Llevo dos paraguas, uno abierto muy pequeño y otro más grande cerrado. Un chico que pasa por mi lado me mira como pensando: esta es idiota. Cruzo a lo loco (hay mucho tráfico). Una familia también cruza a mi lado. Pienso que así, juntos, será más fácil. Lo conseguimos. La madre me dice que quiere enseñarme su casa. Como doy por perdida la entrevista, acepto. Tiene colecciones de todo. Las paredes llenas de vitrinas. También una mesa con un gran cajón de cristal donde guarda fichas con números de teléfono. Dice que solo apunta las seis primera cifras para que nadie que los vea pueda molestarlos. Por ejemplo, este es el número de la Reina Sofía, dice. Las hijas se ríen entre dientes, la abuela pone los ojos en blanco. Pienso en todo ese tiempo perdido apuntando para nada. Me fijo en una pared donde ha pegado molduras de madera. La de polvo que debe acumular eso.

pasta cruda

lunes, 21 abril 2025. Estamos en un restaurante a punto de que nos sirvan la comida (parece una pizzería). Veo al fondo a Jurdi sacando algo de una máquina expendedora. Como la máquina no funciona se lía a patadas con ella. Temo que me vea y me relacionen con él. Me ponen delante un plato de pasta con tomate que no he pedido (además la pasta está cruda). En ese momento mi prima Elisa dice que nos vamos. ¡Rápido!, dice. Todavía no he comido, protesto. Vamos por la calle a toda prisa. No sé dónde me lleva.

medias de blonda

domingo, 20 abril 2025. Salgo con mi familia de un reunión en una especie de iglesia. Se supone que tenemos que ir a a boda de alguien de la familia de Isabel de Inglaterra, que ella misma asistirá. Mi madre dice que a las bodas no se puede ir de negro (eso para los funerales), tengo que llevar medias blancas. Mi padre, que jamás ha conducido, dice que él me lleva en el coche. Tiene un deportivo amarillo. Vamos a toda velocidad por una carretera muy estrecha llena de curvas. Me sorprende su pericia. Llegamos a una especie de parque temático infantil. Entramos en un edificio decorado con payasos y dinosaurios. Dentro hay ropa ordenada por colores. La ropa es feísima. Mi padre señala un pack de medias de varios colores. Son de blonda, horrorosas, pero son la únicas que hay. Buscamos la caja, tenemos prisa. Detrás de una cortina hay un salón de actos. Alguien dice que ya que estoy allí lea algún poema. Le digo que tenemos mucha prisa, que tenemos que asistir a una boda, que por favor me cobren. Nada. Dudo entre llevármelas sin pagar o ir a la boda sin medias, total, solo se me verá el tobillo porque voy a ponerme pantalones. En esas estoy cuando veo a mi padre hablando con su amigo Gabriel. No entiendo nada. Gabriel murió hace años.

tendedero de niñas

viernes, 18 abril 2025. En calle Cristo, a las puertas de Maskom, han puesto unas escaleras mecánicas en forma de L, la primera en el mundo, dicen. Incluso han venido de la tele para dar la noticia. Los hermanos Ordóñez suben y bajan dando piruetas. La gente enloquece y aplaude. Uno de ellos tira naranjas y tomates para que rueden calle abajo. No comprendo el funcionamiento de la escalera, cómo da la curva (que no es curva, es esquina de noventa grados). En esas estoy cuando uno de los hermanos cae rodando y al llegar a la acera se convierte en tomate. Arriba, donde comienzan a salir los escalones, hay un tendedero plegable. Me fijo y no es ropa lo que cuelga, son niñas muy pequeñas. Me acerco por si puedo ayudarlas. Intento quitar las pinzas de una de ellas, pero dice que le duele mucho, que la deje como está. Le digo que aguante lo que pueda, que en cuanto terminen de inaugurar la chorrada de escalera todo volverá a la normalidad.
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Me encuentro a Lucas por la calle y me alegro mucho de verlo. Va en un segway. Dice que puedo montar con él. Entramos en un edificio y hasta subimos la escalera sin problema a toda velocidad. le digo que lo maneja de maravilla, que estoy soprendidísima. En el último piso hay una escuela. Un niño nos insulta, dice que va a contárselo todo a sus profesores. Le digo al niño que siendo tan impertinente nadie va a quererlo y pasará la vida solo y morirá solo. El niño se echa a llorar. Me doy cuenta de lo desproporcionada que ha sido mi reprimenda. Le cojo la cara entre las manos, le digo que era broma, que quién no iba a querer a un niño tan encantador.
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Estoy en una boda. En mi mesa hay cinco mujeres a las que no conozco y Jesús Gea (a quien no veo desde hace más de 40 años). En el centro de la mesa hay un plato de queso con unas hojas verdes por encima. Todas comen en silencio. Este queso es dulce y no pega nada con estas hojas, digo y de repente todas se animan a opinar. A nadie le gusta. Les propongo comerlo con mermelada, que voy a robarla de la cocina. Se ríen, aplauden (me parecen muy infantiles). Llevo varias mermeladas distintas. Jesús va probando los distintos sabores. Antes de volver a meter la cucharilla en una mermelada distinta la limpia en el jersey de la chica que está a su lado. No estoy segura de si la chica no se da cuenta o le da igual.

el sombrero naranja de la risa

jueves, 17 abril 2025. Se supone que volvemos de una excursión. Empieza a llover. Nos resguardamos en una copistería. Junto a la pared veo algunas de nuestras cosas que ya estaban allí al entrar; se supone que las dejamos allí hace días para que no estorbaran en casa). Le digo a Alberto que igual es hora de llevarlas a casa, que estamos abusando de ese negocio y que encima no los conocemos de nada. Les da igual, responde. Efectivamente, las chicas no han reparado en las cosas ni en nosotros (que nos cambiamos de ropa delante de ellas). Salimos a la calle con ropa seca pero volvemos a mojarnos. Saca el sombrero naranja que le compré (para reconocerlo cuando está entre mucha gente), y se lo pone. Se ríe. Yo saco mi sombrero de agua y encima me pongo la capucha del anorak. A Alberto el hace mucha gracia, me da la mano para que no nos perdamos (hay mucha gente en la calle escapando de la lluvia). Llegamos a una especie de pasaje. Al ir a entrar en nuestra casa. me quedo parada. Aquí no es, digo. Alberto vuelve a reírse. Te he dejado que te equivocaras por ver dónde acabábamos, dice. Hoy le hace gracia todo, pienso.
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Se supone que estoy en casa pero se parece más a la casa de mis padres. A mi derecha, en el sofá, hay una chica rubia con sus dos hijos, un niño de unos tres años y un bebé. El niño lloriquea porque tiene sueño, tira de su madre. El bebé protesta, dice que el niño siempre se sale con la suya y va a la cama antes que ella, que ella debería ser la prioridad puesto que no tiene ni cuatro meses. Parece que soy la única sorprendida de que el bebé hable y argumente tan perfectamente. La madre, pasando de todo, le dice a Alberto que todavía no se ha leído el libro que le recomendó, que en su casa no hay libros, que si se puede llevar alguno de los nuestros. Me sorprende que Alberto recomiende libros a una vecina y que ella se levante y rebusque entre mis libros. La habitación se va agrandando hasta convertirse en un salón cuadrado con una alfombra en el centro rodeada de camas turcas (parece una tetería). También se ha ido llenando de amigos (aunque solo reconozco a Andrés y a Francis). La chica se queja de que llaman mucho a su casa para venderle cosas, que no sabe de dónde habrán sacado su teléfono porque acaba de mudarse. Le digo que no se puede fiar de nadie, que hasta el Colegio de Médicos vende datos, que lo sabemos porque el apellido de Alberto estaba mal y empezamos a recibir publicidad de otras empresas con ese mismo error. También le aconsejo que responda con cualquier barbaridad cuando la llamen, como hizo Andrés cuando llamaban a  m prima de El Corté Inglés. Andrés se acerca, pienso que va a contar él la anécdota, pero dice que se la cuente yo. Se la cuento. La chica me pregunta si he fumado algo. No he fumado en mi vida, le digo. ¿Y por qué ves purpurina en las caras de esa gente?, dice. efectivamente veo purpurina en las caras de todos. Pienso que alguien la traía y al saludarse con dos besos se la fueron pegando unos a otros, pero no digo nada. Me he hartado de ella, no sé qué hace en mi casa porque ni siquiera sé su nombre. Me levanto a recoger restos de comida de la mesa. Francis me pregunta si ya tengo las notas. Le digo que no pienso ir a recogerlas, que me dan igual. Eso es que has suspendido, dice. Andrés le dice que no con un gesto, que aprobé todo.

cuñas

miércoles, 16 abril 2025. Entro en el que era mi cuarto en casa de mis padres, hay dos camas en diagonal, una al fondo y otra a la entrada. La que se supone es la mía está deshecha y revuelta. Estoy tan cansada que me meto de todos modos sin estirar las sábanas.
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Estamos en un bar. Enrique dice que quiere ir a ver una exposición, pero pide una caña, saca un libro y se pone a leer. Yo tengo que ir a casa de mis padres y se me hace tarde. Estoy descalza, no encuentro mis zapatos. Alberto dice que vio a Carmen meterlos en su maleta. La miro. Se levanta y se va a otra mesa. No te los doy, dice y se cruza de brazos. Le ruego que me los devuelva, que tengo mucha prisa y no puedo llegar hasta allí descalaza. Nada. Helena le quita los zapatos a su madre (unas cuñas de tacón). Carmen le grita que no sabe andar con ellos y se los va a romper.

puente

lunes, 14 abril 2025. Voy con Daniel por la calle. Vamos de la mano. Al cruzar un puente me parece ver a Pablo Aranda, pero no digo nada para que no me tome por loca.

albornoz amarillo

domingo, 13 abril 2025. Estoy arreglándome para salir. El cuarto de mi hermana está manga por hombro, no encuentro nada. Busco mi antiguo albornoz y está hecho una bola entre los zapatos. Como tengo prisa me pongo el primer jersey que veo, uno rojo muy ancho que no es mío. Alberto, Sonia y Míchel me esperan. Se ponen a andar muy rápido, no puedo seguirlos. Todo se vuelve negro, como si me hubiera quedado completamente ciega. Camino a tientas. Les grito para que paren. Nada. Pienso que ellos sí podrán verme gracias al jersey rojo. Recupero la vista. Un acantilado y abajo una playa enorme de arena dorada. Veo a Alberto que sigue avanzando. Sonia se vuelve, me hace señas con la mano para que los siga. No sé por dónde bajar.
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Alberto y yo vamos en coche por una ciudad que no conocemos. Las calles son de adoquines y todavía están húmedas por la lluvia. Paramos un momento sobre una acera en curva para orientarnos. Menos mal que nunca hemos atropellado a nadie, pienso y en ese momento un niño en bicicleta se estrella contra nosotros. Iba despacio, podría habernos esquivado, pero lo ha hecho a propósito. Te tira sobre el capó, hace grandes aspavientos. Demasiado teatro, pienso. Pero la gente que pasa por la calle lo cree y nos culpa. Le digo a Alberto que no salga del coche, que yo lo arreglo. Hablo con ellos tratos de convencerlos de que el niño está bien. El niño ríe cuando no lo mira nadie. ¡Se está tiendo!, les digo. Una camarera rubia con pelo frito le dice a Alberto que tiene que pagar por estacionar sobre la acera. Alberto le da su tarjeta de crédito. ¡Qué haces!, le digo y corro tras ella. La chica ni siquiera trabajaba en el bar. Doy con ella escondida en una pizzería. Solo tengo que mirarla con ira para que me devuelva la tarjeta, pero está rota. Corro de nuevo hacia el coche pero ya no está. Intento llamar a Alberto pero nunca he conseguido aprenderme su número. Aparece con un señor, se supone que su abogado. Estoy va a ser fácil, dice el supuesto abogado, que de repente se transforma en Crespo-Massieu, me toma del brazo y dice que tenemos que hablar de Pedro Salinas.

un pato y dos gallinas de dos metros

sábado, 12 abril 2025. Tenemos que llegar a casa porque ha empezado a llover y las calles se están inundando. Sonia dice que necesita dinero suelto y va a comprar lo mínimo, un tomate, para que le den cambio. La frutera se pone muy contenta al verla, le pregunta cuántos kilos quiere y Sonia responde que solo quiere un tomate bola. La frutera dice que se lo regala. Sonia quiere que le cobre algo para poder tener dinero suelto, pero la frutera cree que está burlándose de ella y enfurece, le tira el tomate a la cara. La lluvia moja a Sonia y la convierte en un pato. Para que no se me pierda le ato un cordel. Al llegar a la que se supone que es su casa, está la calle inundada. Desde unos escalones balanceo el cordel para que el pato-Sonia coja impulso y entre directamente por la puerta sin pasar por la calle. Lo consigo. Alberto dice que ya que estamos allí, y hay tanta agua, va a aprovechar para nadar los 1.500 que hace a la semana, y que yo también debería nadar para mis dolores de espalda. Al meter la punta del pie para comprobar si está muy fría, el agua se vuelve negra y se hace de noche de repente. Miro por la ventana de la casa de Sonia y veo que ha encendido la luz. Sonia ya no es un pato, le digo a Alberto. ¿Cómo lo sabes? Porque los patos no llegan a los interruptores, respondo.
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Llego a un hotel con un grupo de chicas. Se supone que Sr. Chinarro nos está esperando para grabar un vídeo musical. La chica de la recepción me dice que acaban de limpiar la moqueta y tenemos que llegar sin pisar el suelo. No nos da más instrucciones. Avanzo agarrándome a las lámparas del techo como si fuera un mono. Tengo ganas de llegar para contárselo porque sé que se reirá. ¡Por fin estás aquí!, dice y me abraza. Comienzan a grabar. Las chicas que venían conmigo están disfrazadas de personajes de cuentos. Cristina Pedroche dirige (va vestida de pastorcilla). La habitación está decorada con muebles pintados en colores pastel. Sr. Chinarro me advierte: Veas lo que veas no te rías, que esto también es trabajo. Asiento y me quedo en un rincón a mirar. Todo está en completo silencio. De repente las puertas de los muebles se abren y aparecen bailando los personajes de cuento. Del mueble del fondo sale Sr. Chinarro disfrazado de gallina doble (cosido a su disfraz otro muñeco de gallina idéntico). Aguanto lo que puedo, pero se me escapa un ruido tipo risa de perro Pulgoso. Pedroche entra en cólera, pregunta quién está riéndose. Me escondo como puedo bajo un montón de ropa.

ascensor

jueves, 10 abril 2025. Subo en un ascensor con rejas de hierro y puertas plegables de cristal. Estoy inquieta, como si no supiera qué voy a encontrar cuando llegue. Justo antes de pegar a la puerta con los nudillos, se abre. Sr. Chinarro me recibe sonriente, me da un beso. Pasa, estás en tu casa, dice.

cangrejos chiguatos

miercoles, 9 abril 2025. Llegamos a un restaurante, está muy lleno. Alberto dice que compartamos mesa con una pareja que hay al fondo. La pareja está en una mesa redonda como para ocho. Nos sentamos y entablamos conversación como si nos conociéramos de toda la vida. El camarero dice que van a cerrar, que tenemos que cenar rápido, y nos pone delante una fuente de cangrejos. No tienen buena pinta, nadie se atreve a comérselos. Abro uno pero está vacío. Estos cangrejos están chiguatos, le dijo al camarero. No me hace ningún caso.
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Me cruzo con Daniel  por la calle, tiene prisa. Sin dejar de andar, me dice que la chica que le presenté lo ha llamado varias veces, pero no quiere que vuelva a llamarlo. Pero si es un encanto, le digo. Me da igual, no soporto su cara triste, responde de muy mal humor.

juego de cartas

sábado, 5 abril 2025. Estamos con un grupo. Entre ellos Chivite, Brooke Shields (hablamos anoche de ella) y dos chicas chinas. Shields está en una piscina inflable mirando hacia la puerta, como esperando a que alguien llegue para sorprenderlo. Una de las chicas me dice que ha inventado un juego, que hay que cantar una canción según llegue tu turno, continuarla y que rime con la anterior estrofa. Le digo que yo nunca canto. La chica reparte unas cartas. Tienen distintas formas y tamaños (algunascartas son solo papel mal cortado). La otra lleva unas fotos en blanco y negro. Son fotos de mi madre de joven. No entiendo  como alguien ha podido  dárselas. Salgo a la calle, me siento en un muro bajo y lloro desconsoladamente. Chivite de me acerca, dice que él tampoco va a jugar. Me fijo en su indumentaria (parece un rapero de quince años, con los pantalones caídos, enseñando unos slips amarillos con letras en la cinturilla).

la mode

viernes, 4 abril 2025. Alberto y yo estamos tumbados como si estuviéramos en la playa, pero en el cuarto de mi hermana. Me levanto, le digo que estoy contenta de haber llegado a los 60 sin barriga, que siempre tuve complejo de gorda y nunca lo estuve. Él dice que le gustan las gordas, que le gustan todas. Conmigo no cuentes, le digo. De repente estoy en un colegio, un tipo me enseña el edificio y las instalaciones. En un sótano han puesto una especie de laberinto para grabar videos musicales. Le da a un botón que hay en la pared y comienza la música. Es Michael Jackson, dice y baila. En realidad es la canción "La evolución de las costumbres" de La mode, pero no digo nada. A la salida hay una niña y un niño en la puerta. ¿Se han olvidado de venir a recogeros?, pregunto. Asienten. Quiero quedarme con ellos o llevármelos a casa. ¡Ni se ocurra!, dice el tipo alteradísimo, ¡nos podrían cerrar el colegio!

cornisa

jueves, 3 abril 2025. Estoy con un grupo en un edificio antiguo, tipo Palacio de la Tinta, y salimos a una cornisa. Tenemos que apretarnos para no caer. Alguien dice que saltemos. Miro hacia abajo. Me planteo saltar, pero les explico que tengo los tobillos finos y me los rompería seguro. Me acerco a un rincón a coger un taco de fotos que, se supone, me deje allí en algún momento. Se me acerca Sábato. Las has recuperado, me dice con cara de ilusión.
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Estoy con un grupo de chicas que no conozco de nada. Hablan de sus cosas, En algún momento dudo si están actuando, si estamos dentro de una película, y miro a mi alrededor buscando la cámara. Una de las chicas se despide de su novio. El novio se mete en un avión pequeño de hélice muy oxidado, despega y se estrella a unos metros de nosotras. Si no hay explosión puede haberse salvado, pienso. La chica corre a otro cuarto. Ahora viene la explosión, me digo. Efectivamente. Todas corren a consolar a la chica que llora desesperada tirada en el suelo.

percha

miércoles, 2 abril 2025. Estoy en casa de mis padres. Voy a tender ropa. Pongo los calcetines de mi padre en una pecha para que, si llueve, sea más fácil recogerlos. Intento atar la pecha a las cuerdas pero se me escurre. Oigo a mi hermana quejarse de mi tía M. Di ce que le critica todo lo que hace y está harta. No me vuelvo para no tener que opinar (creo que mi tía tiene razón). Cuando vuelvo al salón, mis padres y mis tías está muy sonrientes. Toda la pared está cubierta de plantas y flores. Lo hemos hecho para ti, dice mi tía, por cuidarnos tan bien.

cachorros

martes, 1 abril 2025. Le escribo un mail a Iker, lo escribo en el aire, dibujando las letras con el dedo. Me ha enviado un vídeo de Alessandra jugando con dos bebés como si fueran dos cachorros. Se supone que Iker la ha conocido y no recuerda su nombre. Escribo "alessandra" en el aire, con el dedo.