albornoz amarillo

domingo, 13 abril 2025. Estoy arreglándome para salir. El cuarto de mi hermana está manga por hombro, no encuentro nada. Busco mi antiguo albornoz y está hecho una bola entre los zapatos. Como tengo prisa me pongo el primer jersey que veo, uno rojo muy ancho que no es mío. Alberto, Sonia y Míchel me esperan. Se ponen a andar muy rápido, no puedo seguirlos. Todo se vuelve negro, como si me hubiera quedado completamente ciega. Camino a tientas. Les grito para que paren. Nada. Pienso que ellos sí podrán verme gracias al jersey rojo. Recupero la vista. Un acantilado y abajo una playa enorme de arena dorada. Veo a Alberto que sigue avanzando. Sonia se vuelve, me hace señas con la mano para que los siga. No sé por dónde bajar.
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Alberto y yo vamos en coche por una ciudad que no conocemos. Las calles son de adoquines y todavía están húmedas por la lluvia. Paramos un momento sobre una acera en curva para orientarnos. Menos mal que nunca hemos atropellado a nadie, pienso y en ese momento un niño en bicicleta se estrella contra nosotros. Iba despacio, podría habernos esquivado, pero lo ha hecho a propósito. Te tira sobre el capó, hace grandes aspavientos. Demasiado teatro, pienso. Pero la gente que pasa por la calle lo cree y nos culpa. Le digo a Alberto que no salga del coche, que yo lo arreglo. Hablo con ellos tratos de convencerlos de que el niño está bien. El niño ríe cuando no lo mira nadie. ¡Se está tiendo!, les digo. Una camarera rubia con pelo frito le dice a Alberto que tiene que pagar por estacionar sobre la acera. Alberto le da su tarjeta de crédito. ¡Qué haces!, le digo y corro tras ella. La chica ni siquiera trabajaba en el bar. Doy con ella escondida en una pizzería. Solo tengo que mirarla con ira para que me devuelva la tarjeta, pero está rota. Corro de nuevo hacia el coche pero ya no está. Intento llamar a Alberto pero nunca he conseguido aprenderme su número. Aparece con un señor, se supone que su abogado. Estoy va a ser fácil, dice el supuesto abogado, que de repente se transforma en Crespo-Massieu, me toma del brazo y dice que tenemos que hablar de Pedro Salinas.