martes, 19 noviembre 2024. Alberto y yo estamos en un restaurante. La mesa es redonda y pequeña. Empiezan a traer platos enormes (todos me parecen igual, todos son espaguetis con algo). En la mesa de al lado se sienta una familia con una niña (todas mujeres: madre, abuela, tías). La niña va comiendo con las manos de los platos de las demás. Cuando se acerca al nuestro, intenta meter los dedos. La freno, forcejea, mira a su madre, no está acostumbrada a que nadie le diga que no. Al rato intenta meter las manos en nuestro postre (también es un plato enorme de espaguetis con bolas que parecen bombones de carne). Esta vez le agarro las muñecas, la miro a los ojos, le digo que es una maleducada. Pienso que la familia me va a decir algo, pero todas me miran con admiración.
meñique
miel
zumo seco
nísperos
ascensor
jueves, 14 noviembre 2024. Estoy en casa de mis padres. Hay mucha gente, mucho desorden de voces y de idas y venidas. Digo algo (no recuerdo qué) y Paquito (un amigo de la infancia) se enfada muchísimo, me acusa de haber contado su secreto (no sé de qué habla). Me fijo en ese momento en que va vestido de jugador de baloncesto. Coge su bolsa de deporte y se va indignadísimo, entra en el ascensor. Voy tras él. Elisa (que es un bebé de poco más de un año) me sigue. Le digo que no puede venir. Se queda conforme en la puerta, me hace un baile de despedida (el mismo que hace mi madre cada vez que nos despedimos). Una vez en el ascensor, con Paquito, le digo que cómo ha podido pensar que yo podría traicionarlo. Es verdad, perdóname, dice y me abraza. Dejemos esto para luego que ahora tenemos prisa, le digo.
en cinco
tiranos temblad
carpintera
lunes, 11 noviembre 2024. Estoy con Daniel en un bar que se parece al de la Facultad de Medicina. No hablamos, pero me siento profundamente acompañada. Pienso: deseo que no hablemos y quedarnos así para siempre. Daniel dice de repente que necesita una silla para su casa nueva. Pienso que tengo una en el cuarto de baño, una silla Thonet pintada de blanco que encontré en la basura. Se la ofrezco. Una silla especial, aclara. Dibujo sillas en servilletas de papel, le digo que yo le fabricaré la que más le guste.
coche beige
domingo, 10 noviembre 2024. Alberto, Luciano, Salvatore y yo Salimos de una especie de palacete. Al llegar a los jardines hay cuatro coches iguales (antiguos y enormes color beige). Abrimos los maleteros a ver cuál es el nuestro. Me he dejado la chaqueta, les digo y corro escaleras arriba. Me cuesta avanzar porque todavía hay mucha gente bajando. Las escaleras no tienen barandilla y temo caer. Cuando por fin llego, el salón de actos se ha convertido en una especie de tasca con mesas corridas con restos de haber celebrado una boda. Veo mi chaqueta en el respaldo de una silla (es una chaqueta beige), al cogerla, pienso que de dónde la habré sacado (también el coche, porque nunca hemos tenido coche ni chaquetas beige). También está mi chaqueta negra y dos de mis bolsos. No sé qué hacen sobre la mesa, entre platos sucios. No sabe usted lo que la gente olvida, dice una camarera. Fíjese, dice y me enseña una falda de fiesta. La ministra se la quitó porque otra ministra llevaba una igual y se le ha olvidado llevársela, dice. ¿Volvió a su casa en bragas?, le pregunto, pero la chica sigue limpiando mesas. Al volver a los jardines recuerdo que el coche lo aparcamos en la, en una cuesta. Voy a por él, les digo. Se ha hecho de noche de repente. Subo una cuesta con la acera estrecha y sucia. Hay algunos vecinos en la calle, tomando el fresco en camiseta interior y pantalón de pijama. Un tipo hace poses de karate. Estoy ensayando para mi próxima película con Jonás Trueba, dice. Le digo que es amigo mío y me invita a pasar a su casa. le digo que estoy buscando mi coche. Tu coche estaba ahí pero Alberto se lo llevó hace un rato, dice. Entro en su casa, hay tres sofás alrededor de una mesa de centro cuadrada con restos de comida. Varios tipos fuman y beben cerveza. Estábamos votando cuál es la mejor canción para masturbarse. Suena una de Dire Straits. Esta no, digo y el ritmo cambia. Ah, pues sí, esta sí, pero solo para muy fans, digo.
lata de apuntes
jueves, 7 noviembre 2014. Estoy al fondo de un bar enorme. Llega una señora con carpetas (se supone que es una profesora; se parece a Dolores Vázquez) y los clientes se convierten en alumnos (ponen sus mesas mirando hacia una enorme pizarra que hay en la pared). La profesora nombra a dos chicas que hacen el camino entre las mesas, cabizbajas. Les regaña y salen llorando de la sala. No sé el porqué, pienso que va a nombrarme. Belinka, dice. Me da mucha vergüenza. Todos los alumnos mueven sus mesas hacia atrás hasta dejar la mitad delantera de la clase vacía. Por el camino, una chica que se parece a Montse Amorós (compañera de colegio a quien no he vuelto a ver), dice que me pese. Subo a una báscula que parece de cocina. 40 kilos. Sigo mi camino, subo la tarima. Dice que cometí faltas de ortografía. Le digo que no fue eso, que fue que había dos preguntas y respondí la que no era. Le da igual, dice que me vaya. Salgo a la calle y busco una mesa en la terraza del bar. Hay un viejo con una radio muy vieja. Está escuchando la clase. La radio se oye tan mal que solo pillo algunas palabras. Como no hay mesas libres me tumbo en la acera boca abajo para tomar apuntes. No tengo cuaderno, no hay servilletas. Encuentro una lata de sardinas abierta y vacía en el suelo y apunto dentro, como puedo, algunas palabras. Veo unos pies que llegan, es la profesora. No pones ningún interés, me dice. Le enseño la lata con algunas palabras dentro, como para demostrarle el esfuerzo que he hecho.
en ruta
miércoles, 6 noviembre 2014. Estoy en un autobús. Una señora me pregunta (en inglés) dónde hay un estanco. Le digo que se baje en la próxima parada y lo verá. Mi marido quiere preguntarle algo, dice. Me pregunta en qué año y cómo fue la Transición. Le digo que comienza al morir Franco en 1975, que fue tranquila y pacífica (mi inglés no da para extenderme). El hombre se ríe, está gordo y se le mueve la barriga. Le dice a su mujer que no tengo ni idea, que todo eso ocurrió en 1789. Le digo que la confunde con la Revolución francesa. Me entran ganas de decirle que no sabe ni en qué país está, pero no le digo nada porque su mujer ya le está echando la bronca. Me bajo del bus y la mujer se baja conmigo. Lleva un libro mío en las manos. Intenta leerlo pero pronuncia muy mal. En el libro hay un poema en inglés, le digo. ¡Sí, dice muy contenta! Lo lee en alto y se despide. Se ha hecho de noche y no sé dónde estoy. Están regando una plaza. Al cruzarla, el jardinero me apunta con la manguera, tengo que acurrucarme sobre unos escalones para no caer porque el chorro lleva mucha fuerza. Nadie en la plaza intenta ayudarme, se ríen. No digo nada y sigo mi camino. De repente hace sol y estoy seca. Llego a unos bungalows color terracota. Pienso que no sé cómo he llegado a México. Entro en uno, está decorado con cosas que fueron mías (juguetes y cosas que perdí). De repente me enfado muchísimo, pienso que los amigos me han dejado tirada. Llamo a Alberto. Como responda una chica lo dejo para siempre, pienso y responde una chica. Me enfado todavía más. Vamos en ruta, responde con acento mejicano. ¡Que pare y se ponga al puto teléfono!, le digo. Al momento aparece la chica con un niño de la mano. Dice que me esperan fuera, que los amigos ya se fueron a ver los lagos que rodean el pueblo, que coja lo imprescindible porque el coche es pequeño y ya van cinco (conmigo seríamos seis). Miro a mi alrededor y no sé qué elegir. Me guardo en los bolsillos algunos muñecos pequeños y un reloj diminuto del tamaño de una uña. Le digo al niño que coja lo quiera. Otra chica muy seria con gesto imperturbable entra, toma al niño de la mano y se lo lleva disimuladamente. ¡Lo está secuestrando! Corro tras ellos hasta que se lo arranco de la mano y cruzo la carretera entre los coches. Al otro lado está aparcado un 600 con mi prima Elisa al volante. Al verme, sonríe. No te preocupes, dice Elisa, es un 600 de siete plazas.