sacarino

domingo, 11 mayo 2015. Estoy con un grupo de personas en un restaurante (se supone que son mis amigos con sus hijos, pero no conozco a nadie). Después de comer alguien quiere ir a felicitar al cocinero. Unos van por un camino; un chico muy alto y yo por otro. Llegamos a un punto en el que hay que pasar por una cornisa curva que parece mojada y resbaladiza. Le digo que no puedo pasar, me echo a llorar. Le digo que le doy todos mis muñecos (los saco, los llevo en el bolso) si no me obliga a ir a felicitar a nadie. No sé cómo llegamos al comedor sin haber pasado por la cornisa ni la cocina. El chico tiene mis muñecos sobre la mesa. Me acerco, cojo uno de ellos y me lo guardo. Lo siento, pero a Sacarino no puedo dártelo, le digo.