miercoles, 1 octubre 2025. Estoy en una habitación que parece un parque de bolas. Una pareja tiene un niño con unas orejas enormes. El niño me mira insistentemente y, por decirle algo, le preguntó cómo se llama. La madre me mira mal y se lo lleva. Hay un cuadro muy grande. Parece que el padre del niño espera algún comentario (quizá lo haya pintado él, pienso). Le digo que me recuerda mucho a un pintor, pero no me sale el nombre (un expresionista alemán). Él nombra a algunos pintores que no tienen nada que ver. No me da buena espina. Me alejo disimuladamente. Detrás de un poyete de obra (es todo muy precario), hay una tele antigua donde alguien ha puesto un video en el que se ve a mi tía M pintando un retrato. Mi prima Elisa hace de modelo (es una niña; lleva un camisoncito blanco). Pienso que podría ir parando el vídeo y hacer fotos para que mi tía lo viera, pero una señora apaga la tele de un golpe y dice que esa cinta es inmoral. Otra señora me lanza unos tacos de goma que esquivo como puedo. A partir de ahí me toca escapar de una masa que me persigue. Una chica dice que en esa isla tratan muy mal a los turistas y que me vaya cuanto antes. Corremos hacia el puerto, pero el barco ya ha zarpado. Llegamos a una zona alta donde, al parecer, llevan a los turistas diciéndoles que es un sitio típico. Los tumban boca abajo sobre la tierra con la excusa de hacerles una foto, les ponen encima una cabra montesa, les dicen que sonrían y, en ese momento, la cabra les da un cabezazo y los mata. La chica se queda espantada por qué no sabía qué eso pasara en su pueblo. Queda en shock cuando ve unos barracones con montones de cuerpos muertos y apilados, envueltos en lonas y cuerdas.
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