miércoles, 24 septiembre 2025. Voy con Carlos Areces por la calle. Va muy serio y callado. No me atrevo a decirle cuánto lo admiro. Le pregunto si es verdad que escribe novelas y si me dejaría leer alguna. Dice que sí, pero que son muy serias y seguramente la gente crea que van a ser de humor, que ha publicado una de la vida de un monje asesino. Dice que quiere enseñarme algo. Entramos en un patio de vecinos con muchas macetas. De repente desaparece. Pienso que no le he dicho que tengo un montón de fotos de niños y niñas de comunión y que quería dárselas. Me doy cuenta de que llevo un libro suyo en la mano. La cubierta es de papel de seda morado que se va haciendo cada vez más grande hasta el punto de tener que hacerlo una bola y tirarlo. El libro es una novela de Areces.
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Mis tías están dentro de la bañera de mi casa, sentadas en el borde mirando hacia la pared. Se supone que están enfadadas conmigo por algo. Les digo que es una tontería enfadarse porque tenemos que seguir viéndonos queramos o no.
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Buscamos un bar para tomar algo. Hay uno en una plaza con algunas mesas vacías. Un niño de unos doce años me dice que tienen buenas tapas y que la mesa de dentro está muy fresquita. Se lo digo a Alberto pero elige una en la acera, la más alejada del bar. Pienso que el pobre niño tendrá que dar largos viajes para servirnos. De repente estamos en otra mesa con dos tipos (se supone que son amigos de Alberto), les han servido jarras de cervezas y a mí vino Oloroso. Nos dicen que la especialidad es el brócoli. Preguntamos si hay algo más. Que no. Pues brócoli para todos. Les pregunto qué iremos a ver mañana (se supone que estamos en otra ciudad). Los dos tipos dicen que tienen que irse a sus casas. Alberto dice que él también tiene plan, volver a casa e ir a nadar. Me siento totalmente decepcionada. En ese momento pasa el niño por la acera, que ya vuelve a su casa. Se gira y me saluda con una sonrisa enorme. Levanto el brazo y lo saludo felicísima.
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Estoy en la terraza de la casa de mis padres. Se supone que tengo que llevar a mi tía E al médico, pero no quiere ir. Se lo estoy contando a mi hermana para que me eche una mano, pero dice que ella ya ha quedado. Suena el timbre de la puerta. Cuando voy a abrir suena el teléfono. Pienso que es Andrés, que como no le he abierto a tiempo, me está llamando. Cojo el teléfono y, efectivamente, es Andrés. Le digo que ahora le abro, pero me dice que está en su casa, que solo llamaba para charlar. Le digo que tengo que abrir la puerta, que estoy muy liada. Al ir a la puerta, veo que está abierta. Abro del todo. Es mi tía E (parece muy joven). Le pregunto por qué no ha empujado ella sola la puerta, si ya estaba abierta. Dice que no quería molestar. Entra directamente en la cocina, abre el grifo y se sirve un vaso de agua.